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martes, 19 de octubre de 2010

HUARICAPCHA

Allá en el año de 1630, las propiedades de la antigua hacienda, se hallaban enclavadas en la vasta meseta del Bombón; una región agresiva y el cielo deslumbradora en la que hasta el día mas hermoso se advertía algo implacable en el cielo azul turquesa y algo siniestro en el profundo silencio sus inmensidades.

En esta tierra cubierta con un manto verde, salpicada de enhiestos roquedales y clarísimos puquiales, y orlado aquí y allá con erguios haces de indomable (ichu) los hombres pastoreaban el ganado tanto las mujeres atendían los quehaceres de el hogar.

Un día imprevisto de aquel año, el pastor de ovejas santiago Huaricapcha había salido a pastar sus ovejas por aquellas soledades, muy de madrugada. El tiempo soleado por la mañana se torno de pronto amenazante. En poquísimos minutos las cerrazones ensombrecieron el ambiente, muy pronto se desencadeno una terrible ventisca. Cuando los primeros copos comenzaron a caer Huaricapcha los vio llegar complacidos: a la mañana siguiente volvería a salir el sol, derretiría la nieve y la tierra sedienta absorbía la humedad, con la cual se produciría más pasto para alimentar el ganado. Para guarecerse de la nieve, entró en una cueva con la esperanza de que la tormenta amainara. En vano un buen tiempo aguado pacientemente, pero a medida que pasaban las horas, el viento tría más y más nieve como si surgiera de unos monstruosos surtidos arriba de las nubes. La atronadora violencia de la tempestad, cada vez mas creciente, le acusaba la extraña impresión de tallase aprisionado por una espesa cortina tan impenetrable que le impedía el retorno a la casa hacienda, ¡Se había alejado tanto de ella y la espesura del manto níveo, pensó le llagaría hasta arriba de las rodillas!.

Pronto llegó la noche:

El frío empezó a hacerse insoportable. No obstante sus abrigadoras manguillas, su chullo, su poncho y su grueso calzón de bayeta, el pastor sentía el frío en toda su intensidad. Temiendo quedarse helado, buscó combustible en la enormidad de la caverna. Juntando “taquia”, “ichu” seco, “bosta” y algunos pastos secos del fondo, se aprestó a encender una fogata. Para ello reunió algunas piedras que le sirvieron de base para colocar el combustible y en pocos minutos encendió el fuego. Ya algo aliviado, sacó la coca de su “huallqui” y comenzó a “chacchapar” en tanto atizaba la fogata con su magro combustible.
Muy pronto quedo placidamente al dulce calor de la lumbre.

A la mañana siguiente, cuando la claridad naciente del día inundaba el ambiente, Huaricapcha observó que la nieve virgen había suavizado los contornos de los arroyos, senderos, zanjas y hondonadas, prestándole al lugar el aspecto de algún otro planeta. Emocionado por la estremecedora visión, volvió los ojos a la pira apagada y quedó maravillado, absorto. De las piedras que había utilizado como base para la hoguera colgaban largos y finísimos hilos blancos de textura brillante como si fueran delgadísimas lágrimas de piedra. Maravillado por estas formaciones, las cogió con mucha cautela y llenándolas en su “huallqui” las llevó a don Juan José Ugarte, primitivo minero de aquellas épocas quien al poco tiempo, comenzó a beneficiarse de las primeras minas de plata.

Este caso es el origen de los ricos yacimientos de Cerro de Pasco que andando los años, daría origen a la Ciudad Real de Minas(Cerro de Pasco).

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