viernes, 1 de junio de 2012
LA LEYENDA DE LOS DELFINES
23:16 |
Publicado por
walter19989 |
Editar entrada
Dicen que hace mucho tiempo, todavía en la época de los antepasados, aparecieron unos extranjeros en la costa de Tierra del Fuego. ¡Vaya uno a saber de dónde venían! Viajaban en un barco muy grande; nunca nadie había visto algo como eso.
Pronto demostraron que eran gente mala, porque hicieron prisioneros a los Ksamink, una familia de onas. Los Ksamink eran un matrimonio mayor, sus dos hijos varones y una hija con su marido, llamado Kimanta. Los forasteros los metieron a todos en su barco y se fueron por el mar.
Pasaron el día, y esa noche los extranjeros llegaron a una islita y ahí ataron el barco para dormir tranquilos. Pero apenas ellos se quedaron dormidos, los Ksamink miraron dónde estaban. Ayudados por la luz de la Luna, se bajaron muy despacio del barco, lo desataron y lo empujaron para que se alejara de la orilla. En seguida, el viento se lo llevó lejos, hasta perderle de vista.
-¿Y ahora, qué hacemos? dijeron. En la isla no habia nada: era toda de rocas peladas.
-Nademos hasta nuestra tierra dijo el padre-. No hay más remedio. -Y se tiró al mar, muy decidido. La mujer y los hijos lo siguieron. Pero cuando se dieron vuelta, vieron que Kimanta estaba parado en el borde de las rocas.
-¿Y? -le preguntaron-. ¿Qué hacés? Tiráte y empecemos a nadar antes de que los extranjeros vuelvan a buscarnos.
-No, yo no me tiro dijo Kimanta.
-Pero, ¿por qué?
-Porque no sé nadar
-les contesto. Vayan ustedes.
-¡No te dejaremos ahí!
-le gritó desde el agua
-¡Anímate! -le dijeron los cuñados.
Entonces los cuñados se subieron para convencerlo.
-Nosotros te vamos a ayudar a nadar -le decían.
-Me voy a ahogar les contestaba.
-¡Pero si te vamos a sostener entre todos! -le explicaban los cuñados-. Vamos, zambullámonos ya. Mira que, sin vos, no nos vamos.
-Mmm... Bueno... ~dijo.
Entonces, lo sujetaron uno de cada brazo y los tres corrieron hacia el agua. Pero al llegar al borde de las rocas, Kimanta se paró en seco y se echó para atrás.
-No, no puedo.
-¡Pero sí! -le insistieron.
Volvieron a hacer la carrerita hasta el mar, y de nuevo Kimanta se frenó. Entonces, uno de los cuñados le pegó un buen empujón y lo tiró al agua.
Kimanta cayó y la verdad es que se hundió como una piedra. Pero los parientes se zambulleron, lo encontraron y lo subieron a la superficie.
Y así se alejaron de la isla, sosteniendo entre todos al pobre Kímanta, que iba asustadísimo pero hacía lo posible por colaborar, pataleando y dando unas brazadas desprolijas.
Cada tanto, le daban pena los esfuerzos de su familia y les decía, lleno de buena voluntad:
-A ver, lárguenme. Creo que ya aprendí.
Pero se hundía otra vez, y todos se apuraban a bucear y a sacarlo para arriba.
Kimanta fue aprendiendo, por fin, y cada vez nadó mejor.
De repente, ¡cosas que pasaban en esos tiempos raros de los antepasados!, el cuerpo se les fue transformando. Las piernas se les juntaron y se les pegaron. Los pies se les convirtieron en aletas, igual que los brazos. La cabeza se les alargó y todo su cuerpo tuvo una forma ideal para nadar. Así fue como todos ellos se convirtieron en delfines, los primeros delfines del mundo, y ya nunca salieron del mar, donde viven a gusto. Pero, como recuerdo de sus primeras aventuras en el agua, siguen buceando y saliendo a respirar en la superficie, como cuando tenían que llevar a Kimanta. Y siempre van juntos, como una buena familia, y se ayudan todo el tiempo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)